martes, 19 de febrero de 2019

Mariquilla la Pelá

Mariquilla la Pelá y otros cuentos  (Juan Antonio de Laiglesia)

A Mariquilla la Pelá, le dio la manía de no querer aprender a leer. Como era muy cabezota no escuchaba a los que le aconsejaban lo contrario. Hasta que un día...  lee lo que le pasó.
¡A: Mariquilla la Pelá!
¡E: porque no sabía leer!
¡I: porque no sabía escribir!
¡O: porque no sabía el reloj!
¡U: borriquito como tú!              

Esta antipática coplilla era la que tenía que aguantar a todas horas Mariquilla en el pueblo. Todos los chicos se burlaban de ella, porque Mariquilla, que era muy salerosa, y se peinaba muy bien de rodetes, y se ponía unos vestidos muy bonitos, de flores, de frutas y de pájaros, tenía un defecto muy gordo: ¡No sabía leer!
Sí, sí,  de veras que no sabía. Y lo peor era que no quería aprender. A la escuela no iba ni atada, y los libros no los miraba ni por el forro.
- A mí lo que me gusta es la radio, el cine y la televisión –   le decía a su amigo Paquete -. ¿Y sabes por qué me gustan esas cosas? Pues porque todo se oye y se ve.
-  Las letras también se ven, Mariquilla - le contestaba el chico, muy serio, abriendo se enciclopedia, su “enciclo”, como la llamaba para abreviar - . Mira, te voy a enseñar.
- ¡A mí déjame de jaleos, Paquete! Eso es más difícil que los crucigramas del periódico. No quiero llenarme de letras la cabeza, que a lo mejor se me despeinan los rodetes – y se marchaba tarareando, encantada de la vida -.
Llegó la Navidad y la madre de Mariquilla llamó a su hija y le dio una cesta con turrones, mazapanes y cosas ricas de esas, para que tía Etelvina celebrara también las fiestas.
- Ya sabes dónde vive tía Etelvina, Mariquilla. Al otro lado del bosque, en la casita que está junto al río. Vas todo derecho, todo derecho, y, si te pierdes, preguntas.
- Sí, mamá; descuida, que preguntaré – y Mariquilla, con su cesta navideña colgada del brazo, se fue, piano, pianito, a casa de tía Etelvina.
Al pasar delante de la escuela se encontró con Paquete, que, igual que hacía siempre, agitó en el aire su “enciclo” y le gritó:
- ¡Mariquilla! ¿te enseño?
- ¡Vete a paseo, maestro Ciruela! ¡Estamos de vacaciones, y, además, ahora tengo mucho que hacer! – y encima le sacó la lengua.
Después siguió su camino, sin mirar atrás siquiera.
Antes de entrar en el bosque cruzó por delante de una granja.
-Por este senderillo llegaré antes, porque se acorta mucho – y Mariquilla se metió por allí, más contenta que unas pascuas.
A la entrada del camino había un cartelón muy grande que decía:   
¡CUIDADO: PERRO PELIGROSO!
Mariquilla lo vio, pero como a ella lo que le gustaba era la radio, el cine y la televisión, no perdió el tiempo en descifrar aquellas letras.
Y, claro, el perro, un perrazo tremendo, salió, arremetió contra ella y le tiró la cesta.
Mariquilla no paró de correr hasta llegar a una valla. La saltó y se  puso a mirar por una rendija cómo el perro se comía todas, todas las cosas ricas de la cesta, sin dejar ni una sola peladilla.
-¡Pobre tía Etelvina! – suspiró Mariquilla con mucha pena. Bueno le diré que otro día le traeré más. Ella lo que quiere es verme, aunque sea con las manos vacías.
No se atrevió  a volver ni a recoger la cesta siquiera, y siguió andando y andando. Entró en el bosque y, afortunadamente, no se encontró allí con ningún lobo, pero sí con otro cartel que decía:
¡PROHIBIDO EL PASO: ZONA PANTANOSA!                                                 
Claro, que como lo que le gustaba a Mariquilla era el cine, la radio y la televisión, porque las letras... etcétera, etcétera..., pues no se preocupó del rotulito y se fue metiendo y metiendo en un fangal enorme que había por aquel sitio, y cuanto más hacía por salir, más se le hundían las piernas, y los brazos, y todo.
Llorando y gritando pidió socorro y, cuando el guardia apareció entre los matorrales y le echó una mano para sacarla de allí, la pobre Mariquilla tenía el vestido todo desplanchado, y lleno de barro, y roto además.
- Pero, niña, ¿es que no has visto el cartel? –gruñó enfadado el guarda.
- Sí que lo he visto –contestó Mariquilla.
- Pues lo dice bien claro. ¡Y ya eres mayorcita para saber leer!
Mariquilla no quiso discutir y siguió su camino.
Antes de llegar a casa de tía Etelvina, Mariquilla vio otro cartel:
¡ATENCIÓN AL TREN: PASO A NIVEL!
Como ya estaba un poquito mosca, se puso a deletrearlo, pero no sabía juntar las letras y aquel cartel seguía sin decirle nada. Y fue y se metió en la vía en el  momento en que un mercancías venía a toda velocidad, pitando como un energúmeno.
Mariquilla, asustada, no sabía si ir para atrás o para adelante. La locomotora apareció tras una curva y se le echó encima.
Gracias a una mujer que salió de una caseta con un trapo rojo en la mano, y que corrió hacía ella y la agarró del pelo, tirándola contra una valla, se salvó Mariquilla de una muerte segura. Se salvó, sí, pero sus rodetes se deshicieron y se le quedaron unos pelos de un alborotado que daba lástima y miedo además.
Así entró en casa de tía Etelvina, que al ver a su sobrina en un estado tan lastimoso dijo:
“¡Jesús!”, y se desmayó.
Y al día siguiente, cuando Mariquilla se encontró con su amigo Paquete, bajó los ojos y le preguntó, sin mirarle:
-Oye: ¿tienes ahí la “enciclo”?
-Sí. ¿Por qué?
-Porque me parece que voy a dejar que me enseñes a leer. La radio, el cine y la televisión están muy bien, pero ¡hay cada cartelito por ahí...!